Las palabras, los gestos y los malos tratos que recibimos en la infancia pueden afectar profundamente nuestras relaciones adultas. Sin embargo, muchas veces desconocemos su presencia. ¿Cómo encontrarlas y tratarlas?
“Vengo a terapia porque soy rebelde. Necesito que me ayudes para que mi Santi no se enoje”; “El es tan bueno y yo tan… así”; “Mi pareja me dijo que soy tóxica, por eso vine a consulta”. ¿Te suenan estas frases? Más de una vez las escuché en mis sesiones y en el 99% de los casos la responsabilidad “era de mis pacientes”.
Ellas se atribuían la “culpa” y justificaban los malos tratos por “su forma de ser o actuar”. Sin embargo, el problema no eran ellas ni tampoco lo que hacían, sino algo mucho más profundo y que descubríamos en terapia: sus heridas de la infancia.
Pero, ¿por qué? ¿qué son las heridas de la infancia?
Mis pacientes tampoco entendían la relación, hasta que hablamos de qué son las heridas de la infancia y cómo afectaban a sus actuales relaciones. Te explico: las heridas de la infancia son traumas derivados de sucesos vividos en la niñez. En su momento, no suelen ser percibidos como traumáticos debido a que somos niñas, estamos indefensas y no tenemos muchas posibilidades de pedir ayuda. Sin embargo, quedan como llagas abiertas que, si no se sanan, siguen sangrando.
En ocasiones, se deben a hechos puntuales y, en otros casos, son producto de una serie de eventos que se prolongaron en el tiempo: palabras, gestos, aislamientos, cumpleaños suspendidos, malos tratos, peleas, insultos y muchas cosas más.
Cualquiera haya sido el causal, la culpa no es de nosotras, sino de la crianza que recibimos de nuestras madres y padres, de la que ellos recibieron de los suyos y de las distintas personalidades. Así, hay heridas que ellos nos heredan o trasladan por no haberlas sanado y otras que nos van creando sin darse cuenta.
Los padres y madres narcisistas o los padres y madres manipuladores, por ejemplo, no pudieron cumplir con su rol y darnos un sostén y un lugar seguro, por ello, cuando crecemos buscamos ese lugar seguro para sanar. El problema es que aprendimos que “seguridad” es sinónimo de “conocido”, por lo tanto buscamos parejas que recreen situaciones o sentimientos similares a los que tuvimos en nuestra crianza.
Ahora bien, también hay heridas de la infancia que aparecen aunque nuestra niñez no haya sido dolorosa y que tienen que ver con la percepción que tuvimos sobre el accionar de nuestros cuidadores hacia nosotras.
¿Cuáles son las heridas de la infancia?
Con padres y madres ausentes o poco cercanos a nosotros aparece un tipo de herida singular: la herida del abandono. El problema de esta herida es que, aunque en la adultez se comprenda que nuestros padres debían trabajar todo el día fuera de casa (por ejemplo), nos marca profundamente al punto de generar necesidad de atención y aceptación en nuestros vínculos, independencia absoluta por miedo o abandono de relaciones de forma prematura.
Con cuidadores narcisistas y manipuladores podemos habernos sentido despreciados y, por tanto, generado la herida del rechazo. La contracara de esta herida es que buscamos la perfección en nuestras relaciones, ser complacientes con nuestras parejas y dejar de ser auténticas para adaptarnos al otro.
Con padres y madres que nunca se conformaban con lo que hacíamos o que nos decían que éramos malas, podemos haber desarrollado la herida de la humillación y entonces sentir que no merecemos disfrutar, tener miedo a las emociones de disfrute o tener una autoestima muy baja.
Con cuidadores que rompieron nuestra confianza podemos haber desarrollado la herida de la traición y entonces, en nuestras actuales relaciones, buscar controlarlo todo, pensar que los demás tienen malas intenciones aunque no los conozcamos o imaginar que todas nuestras experiencias serán negativas.
Finalmente, con padres y madres autoritarios podemos haber generado la herida de la injusticia y entonces querer que nuestras relaciones sean tal como queremos, mostrar que siempre estamos bien (aunque no lo estemos) y buscar el poder y el “asenso” con nuestras parejas.
¿Cómo sanar las heridas de la infancia?
Para poder curar esas “llagas” y al no encontrar un lugar seguro dentro nuestro, necesitamos construir uno. Para ello, debemos trabajar en nuestra autoestima y lo más efectivo es hacerlo con acompañamiento terapéutico. En cada sesión, se resignifican los lugares seguros y se puede ver la posibilidad de reescribir nuestra historia. Así, comienzan a sanarse los traumas pasados y a construirse otras formas de vivir, percibir y accionar en el mundo.
Para empezar, te invito a realizar el siguiente test. Además, puedes descargar esta guía que te ayudará a accionar desde el momento 0 en que la leas.
Importante: el abordaje de este artículo no se puede generalizar. Para obtener un diagnóstico y herramientas adecuadas a tu caso en particular, debes realizar una consulta con un profesional.
Las palabras, los gestos y los malos tratos que recibimos en la infancia pueden afectar profundamente nuestras relaciones adultas. Sin embargo, muchas veces desconocemos su presencia. ¿Cómo encontrarlas y tratarlas?
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